lunes, 17 de diciembre de 2012

Canciones


¿Qué sería de nosotros sin la música? ¿Qué escucharíamos en el coche, en la calle o en los anuncios que no fuera una canción? Las canciones forman parte de nuestra vida. Algunas expresan lo que sentimos cuando estamos deprimidos o enfadados y otras nos sacan de esos estados y nos dan una sensación de felicidad indescriptible. Hay canciones que inspiran un poema, una historia (como es mi caso), una declaración de amor, una revolución…

Imaginad por un segundo vuestra vida sin una sola canción que cantar o bailar estando solo en casa, sin una canción que compartir con alguien, sin una canción que escuchar para recordar algo o a alguien. Imaginadlo, os doy un momento para hacerlo. ¿Ya? ¿Qué tal? Creo que la palabra imposible se quedaría corta.

A lo largo de nuestra vida escuchamos miles, millones quizás, de canciones. Algunas las odiamos, otras nos son indiferentes, sin algunas no podríamos vivir, otras que se olvidan y, cuando se recuerdan, vuelven a tu mente retazos de tu vida que te hacen reír o llorar y que te dan la oportunidad de comparar pasado y presente, canciones que cambian tu vida.

Por todo esto arriba mencionado me he propuesto un pequeño reto. Intentaré contar una pequeña historia colando entre las líneas nombres de canciones que han marcado mi vida (la mayor parte traducciones de títulos en inglés). Mientras que algunas son muy conocidas otras no tanto. A renglón seguido os dejo este pequeño experimento literario. ¿Cuántas sois capaces de reconocer?

Es mi primer día como taxista en un pequeño pueblo cuyo nombre no desvelaré, aunque muchos dicen que en cuanto a belleza está en la cima del mundo. Empieza mi jornada y, de momento, no he tenido ni una sola carrera, yo soy un pasajero, el único que hasta este momento ha tenido mi taxi. Es nuevo y recién salido del taller donde lo han pintado. Tras haber vivido la buena vida durante mucho tiempo decidí, antes del final del verano, que era la situación perfecta para dejar de ser un alborotador y que era momento de mirar alrededor buscando un buen trabajo. Como me dije es el final del verano y aquí estoy, con un trabajo de taxista en una autopista hacia el infierno, porque hace un calor que no me extrañaría ver puentes ardiendo. Aunque el coche tenga aire acondicionado prefiero llevar las ventanas abiertas, con el viento silbando en mi oído y susurrándome “tú vas a llegar lejos, chico”. Sorpresivamente, oigo que algo no va bien en el coche y me echo a la cuneta. Las ruedas traseras se han pinchado, así que pido ayuda por radio y me dicen que la ayuda ya está en la carretera y que vuelva al aparcamiento de la empresa a coger otro taxi. Como la grúa que recogió el coche no me deja allí tengo que caminar y, tras casi una hora de caminar en las sombras debido al sol, llego al aparcamiento. Allí más de una docena de coches me mira con sus faros. Esa compañía tiene la costumbre de pintar el capó de sus taxis con un color verde casi radioactivo, del que hace daño al mirarlo por lo mucho que brilla. Me dan unas ganas terribles de pintarlos todos de negro. Mi jefe  entonces sale de su oficina y reconoce que el coche averiado no debería haber salido hoy a la carretera. Me pide disculpas y me entrega otra llave. Me monto en el coche al que pertenece la llave, la meto en el contacto (la llave), y arranco. Mi jefe se acerca a la ventana y me dice que ponga mi licencia en el salpicadero (normas de la empresa) y que tengo que ir a la calle Panadero. A toda marcha salgo del aparcamiento y emprendo mi largo camino a la perdición (quizás sólo diga esto porque estoy muy enfadado, en el fondo me gusta el trabajo).

Tras un largo viaje llego a la Calle Panadero, paralela a la Calle Agricultor (así son los de mi pueblo poniendo nombres a calles). Desde la otra punta de donde estoy, unos trescientos metros, una chica me hace gestos, debe ser mi cliente, quizás haya reconocido el taxi por su discreta pintura frontal. Al llegar a su altura abro su puerta y saludo con toda la amabilidad que mi enfado me permite. Cuando se acerca veo que tiene una maleta, la coge y abre la puerta trasera para poner allí su maleta. Hecho esto, se sienta en el asiento del copiloto y me sonríe a la vez que me saluda e indica su destino. Eso no hace para nada que mi enfado disminuya ya que apenas he reparado en su presencia, en mi mente sólo veo el coche parar en medio de la carretera, la única mujer en mi cabeza es la señorita tristeza. A pesar de mis malos humos, mi acompañante intenta abrir una conversación.

 - Bueno. ¿y cómo te llamas?- ella pregunta, yo sólo contesto señalando mi licencia en el salpicadero.- Vale, pues, hola Johnny Park. ¿De veras te llamas así?

 - Sí.- Por fin me digno a abrir los labios.- Mis padres son ingleses. ¿y tú? ¿Cómo te llamas?

 - Celeste, mis padres eran hippies.- Este comentario me sacó una sonrisa.- ¡Anda! ¡Pero si sabe sonreír!

 - Digamos que para ser mi primer día he empezado muy mal...

 - ¿Soy tu primera pasajera?

 - Sí, pero antes de este taxi ya he tenido otro, me habían dicho que estaba nuevecito, pero a los pocos kilómetros me ha dejado tirado en la carretera, de ahí mi cabreo.

 - Vaya día, francamente malo ,pero como siempre decían mis padres "no te preocupes, se feliz"

 - Seguro que a tus padres nunca les dejó tirados su furgoneta camino de Woodstock o algo así.

 - No lo sé, pero cosas más han ocurrido a muchas otras personas y no por ello estaban de tan mal humor.

 - Vale, lo siento. Seré más amable. Dime, Celeste, ¿cuál es el motivo de tu viaje?

 - Una ruptura. Era cuestión de tiempo que rompiera con ese estúpido, sólo dos meses de convivencia me han bastado para ver su verdadera cara. No ha sido por una gran cosa, sino por esas pequeñas cosas que, juntas, crean una razón mayor que cien cosas grandes.

 - Parece que ha sido un verdadero desengaño. Lo siento, tienes pinta de  ser una buena chica, de las que buscan el amor verdadero y esas cursiladas.

 - Pues como todo el mundo. ¿es que tú nunca te has enamorado, Johnny?

 - No, nunca...- digo, a pesar de que no me lo creo ni yo.

 - Personas como tú dan mal nombre al amor. Sabes que, yo  creo que ese colgante de un delfín que tienes no es algo que un chico como tú compraría motu proprio. Creo que es un regalo de alguna ex-novia por la que todavía sientes algo y cada vez que lo miras la recuerdas.

 - Sólo has acertado que el colgante es algo que me trae recuerdos, pero no me lo regaló una ex-novia y sí lo compré motu proprio,  cuando era pequeño. Es algo de mi infancia que encierra muchas historias que he vivido desde entonces hasta ahora, son recuerdos de toda mi vida.

 - Cuéntamelas, soy muy curiosa y necesito saberlo.

 - Pues mala suerte, ya hemos llegado a tu destino.

 - Jo... bueno, pues entonces me apearé del vehículo. ¿Cuánto te debo?

 - Dejemoslo en cinco, ya que has tenido que aguantarme el cabreo.

 - Vale, aquí tienes, que tengas un buen día.- Me tiende un billete y un papel. En ese papel hay un número de teléfono apuntado. Acto seguido, sin esperar a que hablara, coge su maleta y se empieza a ir.

 - ¡Espera!- Se gira con una sonrisa, expectante, y continuo hablando.- ¿Este papel es algún tipo de propina o algo así?

 - Si creías que te ibas a librar de contarme esa historia vas listo. Es mi número. Más te vale llamarme y contármelo o sino...- Sin acabar la frase se gira de nuevo y emprende de nuevo su camino.

Reconozco que yo pensaba que cosas así suceden sólo en sueños pero que, por muy surrealista que pareciera. había ocurrido. Aunque cualquiera puede tener un mal día en esos días es en los que más brilla un suceso como este.

Durante el resto del día no puedo parar de pensar en esa chica rubia, blanca como la nieve, simpática como Mickey Mouse tras fumarse un porro y tampoco puedo olvidar su maleta, que tenía unas alas de papel (como si fuera un ángel con ruedas) y el papel que me había dado. Dando vueltas en mi cabeza, la idea de llamar acaba por imponerse, no sólo porque Celeste hubiera llamado mi atención (que era también el caso) sino porque me había comportado como un borde con ella y quería resarcirme. Al acabar mi primera jornada como taxista me dirijo al piso que comparto con mis colegas, abro la puerta, cojo el teléfono y marco.

P.D: Si no os ha gustado la historia, cosa que no me extrañaría, os invito a expresarmelo personalmente, eso sí, a poder ser de forma no violenta.

No hay comentarios:

Publicar un comentario