jueves, 11 de abril de 2013

Carta del soñador

A continuación se presenta el poema ganador del Certamen Literario del I.E.S. Fuente de la Peña (Jaén) en el año escolar 2012/2013:


El cielo azul sesgado, suspirador, me despierta

discierne recuerdo de realidad.

Canto embelesante, no te detengas;

simboliza ese soplo la pasión del devenir.


Arde el corazón rimbombante que espera un milagro

por esto te pido, no dejes de perseguirlo

persiste en el presente.


Yo he soñado con ese lugar

donde cada rosa es libre de florecer

donde acogen mil palabras de afecto.


He espantado el engañoso escapismo,

he bregado largamente

para encontrar una razón

a la existencia que tú llamas fútil.


Dime, desesperanzado, demuéstrame,

si la llama de la hybris no se extinguió,

cómo planeas vivir sin desear

lo que declinas es parte del "yo".


Espantosa y quimérica nada

me consumirás como tu presa.

Sólo una demencia sin parangón;

aventajar como ente absoluto,


ambición de reyes,

veneno que consumió a Gilgamesh,

filo de hoja adamantina fulgurante,

nos concederá a ambos fin y comienzo.



Nadie recuerda a aquellas flores pisoteadas;

¡Levántate ya y destroza esta opresión!

La voluntad de cambio te envuelve,

te transforma en un salvaje lobo hambriento.


Aún quieres demostrarlo,

tentar la fortuna, ser capaz de mutarlo.

¿Para qué te plantaste firme en este terreno

si no por tu arrogante promesa?



El trágico destino, el regir de los hados,

tú gritaste a esos cielos

que algún día gobernarás

y juraste cambiarlo.


En tanto que aceptes el desafío,

resurgirá a resonar el rugir del relámpago;

las ascuas de ese fuego orgulloso

esparcido, aún no cesan ni quieren perecer
.


El avión de papel persigue el sol al amanecer

como si quisiera llegar a tiempo para mañana

Lanzo un deseo, que nunca caiga

Porque quiero poder soñar por siempre.


El avión de papel sigue volando 

Yo siempre, siempre continuaré creyendo

Que los sueños permanecerán como meros sueños

Por eso puede seguir, seguir, seguir volando

martes, 2 de abril de 2013

Canciones (II)


Mis manos tiemblan, me siento extraño, hacía mucho tiempo que no me sentía nervioso por hablar con una mujer, no sé qué decir cuando Celeste coge el teléfono, sólo balbuceo hasta que ella pronuncia mi nombre:
- ¿Johnny? ¿Eres tú?

- Sí,- me digno a decir- soy yo. -escucho una pequeña risa.

- ¿Por qué no hablabas?

- La verdad, no se me da muy bien hablar con mujeres…

- Pues lo estás haciendo ahora mismo, y entiendo lo que dices, creo que tan mal no se te da.- noto cómo intenta quitarle hierro al asunto, me parece un bonito gesto.

- Bueno, a ver, la historia de mi colgante viene de…

- ¡Espera, espera!- me interrumpe, gritando- Esto es muy impersonal, mejor quedamos y hablamos cara a cara y dar un paseo, será más divertido.

- Vale, me parece algo repentino, pero honestamente, me parece necesario darte una explicación después de comportarme así contigo.

- Tampoco has sido tan borde.

- Da igual, es que no puedo parar de pensar en que por un mal día te habrás llevado una mala opinión de mí. Por eso te quiero invitar a cenar.

- Te digo que por mi parte no hay ningún problema con tu actitud y no veo necesario que me invites, pero si te hace sentir mejor, adelante.

Quedamos en un lugar a una hora, pero yo me presento allí antes, no me gusta llegar tarde, pero no me importa esperar. Es cuestión de tiempo que Celeste aparezca y, tras algunas idas y vueltas a lo largo de la plaza mientras espero, aparece por la esquina hacia la que estoy mirando.  Nos saludamos y le pido que me siga. Hablamos un poco mientras ella está caminando tras de mí, pero de nada importante, aunque estaba impaciente quería esperar a estar en el restaurante para escuchar mis secretos. Yo siempre huía de esas pequeñas conversaciones sobre mi vida, para mí los recuerdos eran como una feria antigua y olvidada, una feria de óxido.  En cambio, Celeste es del tipo de mujer a la que no te importa contarle tu vida, emanaba simpatía, era capaz de cualquier cosa con tal de verte reír, y lo mejor es que lo conseguía. Me inspira confianza.

Llegamos al restaurante, pido la mesa que reservé, le aparto la silla a Celeste para que se siente y yo hago lo propio. El camarero nos da la carta y se retira. Celeste parece de lo más contenta de estar cenando allí, algo en su mirada decía que se esperaba algo menos formal. No es que sea un restaurante pijo, pero tampoco es un antro.  

Ella me sonríe tras la carta y me comunica lo que quiere tomar, no es nada del otro mundo pero sus ojos me dicen que eso es lo que más quiere en ese momento.  Yo pido carne de cerdo y habas. Una vez pedido todo, Celeste se deja de rodeos y va al grano.

- ¿Por dónde quieres que empiece?

- Por el principio, no estaría mal.

- Vale, en el principio todo ser vivo estaba en el agua hasta que uno salió y poco a poco fue evolucionando…

- Me refería al principio de tu historia, no de la historia en general.- Ambos reímos.

- Bueno, todo empezó en un viaje que hice de pequeño y en el que compré este colgante. Sólo lo compré porque me pareció llamativo, pero poco a poco fue cobrando un gran sentido para mí. Retén esto en tu mente porque te lo explicaré después.

Yo estaba enamorado de una chica, que era a la vez mi mejor amiga y mi primer amor. Esto duró años y, cuando reuní el valor suficiente, me declaré a ella, pero me contestó con evasivas, yo insistí, a la tercera o cuarta proposición ya me dio una respuesta definitiva, un no. La verdad es que me lo esperaba, no es que estuviera alegre y contento con la respuesta, pero sí estaba resignado, al fin y al cabo no podía hacer nada. Aun así seguimos siendo amigos y le tengo mucho cariño, además el año siguiente a esto fue el primer año que estábamos en clases separadas y algo dentro de mí me dice que sólo quería que nunca se alejara de mí porque era una gran amiga, otra parte de mí me dice que no es así, que lo primero es algo que me conté a mí mismo para no sentirme mal por el rechazo. Sea como sea lo importante es que saqué una gran amistad de ahí, el pasado ya es historia y no creo que me deba preocupar de él, así pues continuaré por donde iba. Ese mismo día, el día del rechazo, al volver a casa abrí la puerta de mi cuarto para entrar y algo que había en mi corcho se calló y se rompió: el colgante.  No le di mayor importancia, lo pegué y lo puse de nuevo en el corcho de mi habitación. No me lo ponía porque ya no me parecía tan guay como cuando lo compré. Pasaron los años y sobrevinieron un par de desengaños amorosos más. El segundo no fue tan grande como el primero y el tercero, fue más bien un capricho tonto llevado a un extremo del que yo mismo salí sin necesidad de ayuda. Tras esto, otra vez se rompió el delfín, pero esta vez fue de menos magnitud la rotura. Igual que  la primera vez, lo arreglé y lo dejé de nuevo en el olvido.

Llegando al tercero he de decir que este fue el de mayor repercusión en mí mismo. Tardé casi dos años en darme cuenta de que este tercer enamoramiento no llegaría a buen puerto por ningún lado, pero fue una revelación paulatina. De este también me di cuenta casi por mí mismo, aunque con ayuda indirecta de otras personas, dejémoslo ahí. Tras este desengaño otra vez que se rompió el colgante y lo pegué, mas esta vez no quedó en el olvido.  Tres roturas en el colgante, tres roturas en mi corazón. Mientras pegaba las partes rotas me percaté de esa coincidencia entre las roturas y pensé: “si cada vez que se rompe este colgante lo pego y, aunque algo más ajado y fisurado, sigue luciendo igual (o casi) ¿por qué no hacer lo mismo con mi corazón?”. En este momento, coincidiendo con las vacaciones de verano tras 4º de la E.S.O., tomé una decisión, decidí dejar de buscar a una chica y adecuarme a ella, aunque tuviéramos cosas en común, y me prometí que ni dejaría que el amor me nublara el pensamiento ni iría tras una chica que apenas conocía. Cambié mucho esas vacaciones, en muchos aspectos, tanto para bien como para mal.  Y así a grandes rasgos termina mi historia, quizás me ha quedado muy larga pero al menos está aquí la explicación que te debía.

Celeste escucha mi parrafada atenta y puedo ver su curiosidad floreciendo con cada palabra que digo.  Al terminar, me mira fijamente a los  ojos, sonriendo, me coge la mano y me dice:

- Johnny, tu historia me ha conmovido, nunca pensé que alguien que parece tan reservado y serio hubiera vivido algo así. Si te hace sentir mejor te diré que, al menos por lo que he visto hasta ahora de ti y por lo que me has contado, has salido ganando con ese cambio de personalidad. Además, sobrevivir no a uno, sino a tres desengaños amorosos me parece más que digno de alabanza.

- Tampoco es para tanto, seguro que tú también has pasado algún mal trago en el amor. Cuenta que tú no eres la única curiosa.

- Pues sólo uno, el único, espero. Fue hace poco, ya sabes, por el cual cogí tu taxi, para huir de allí. Al principio de la relación todo era muy bonito y muy dulce como una nana o una fotografía en una góndola veneciana al atardecer. Después, me propuso vivir juntos y acepté. A la semana de convivencia se empezó a dejar por completo y ya no era ni la sombra del hombre que me enamoró al instante mismo en el que nuestras miradas se cruzaron. En estos días ya sólo se dignaba a dirigirme la palabra para decirme desde el sofá “hey guapa, pásame una cerveza ya que estás de pie”. Así pues, hice las maletas, me despedí de él, cogí la puerta pero no literalmente y me fui de allí.

- Dime, tras vivir eso, ¿qué has aprendido? ¿Vas a seguir buscando a ese alguien especial o vas a dejar de lado eso un tiempo?

- Quién sabe, a ver, no digo que lo vaya a buscar en cada rincón del mundo pero, si aparece alguien que merezca la pena no opondré resistencia a conocerlo.

Dicho esto, terminamos nuestros platos, que había traído el camarero mientras hablábamos, y pedimos un postre. Los dos, al mismo tiempo, sin haberlo hablado ni nada, decimos lo mismo al verlo en la carta “una mousse de chocolate, por favor”, nos miramos y nos reímos.

Cuando nos traen el postre lo devoramos como dos niños que adornan el chocolate. Un silencioso momento sobreviene mientras comemos nuestro postre y, al terminarlo, nos miramos. Ambos estamos algo manchados de chocolate, en la comisura de los labios, pero ella además en la nariz y yo también en la barbilla, nos reímos. Definitivamente somos desastrosos, pero no nos importa, quizá parezca una locura desde fuera, pero es nuestra locura.

Pago la cuenta y nos vamos del restaurante. Continuamos teniendo pequeñas conversaciones, para conocernos un poco más. Celeste escucha siempre con atención todo lo que digo, me mira y sonríe, cuando habla lo hace con un énfasis especial que, junto con su dulcísima voz, me hacen olvidar mis problemas, es un encanto de mujer. Es una chica alta, rubia, con el pelo liso y va casi sin maquillar. Viste unos vaqueros, una camisa a juego y, asomando un poco más debajo de su clavícula, un curioso colgante circular: un mantra que le regalaron los hippies de sus padres. Tiene los ojos verdes azulados, una tez clara, una naricilla muy mona, unos labios carnosos y rojos como las manzanas y, sobre todo lo demás en lo que más me fijé, una sonrisa preciosa.

Parecía mentira que sólo la conociera desde hacía unas doce horas. Si ayer me hubieran dicho que conocería a una chica así mi primer día de trabajo le hubiera dicho que quiero saber qué se fuma para imaginar algo así. Sin embargo ahora me resisto a pensar qué hubiera pasado si a mi coche no le hubieran fallado las ruedas y hubiera tenido que hacer otros viajes en lugar del de Celeste. En momentos como estos  me planteo si es verdad eso que se dice de que todo está decidido, como si la vida fuera un plan maestro que dirigiera nuestro sino. Tengo ya el cerebro cocido de tanto pensar en esto así que decido dejarlo y simplemente disfrutar de la compañía de Celeste.

Tras más de dos horas paseando y charlando, acabamos conociéndonos muy bien, Celeste quiere ir ya a casa. Le ofrezco acompañarla y ella acepta. En el camino entre charla y charla puedo apreciar el sonido del silencio, de su silencio. El instante en el que nos callamos momentáneamente puedo oír cómo ríe entre dientes justo antes de volver a abordarme con otro tema, luciendo una sonrisa y clavando sus dulces ojos en los míos. Llegamos a su casa. Según me dice es donde vivía con una amiga antes de lo de su ya exnovio. Es un piso en una urbanización muy grande, el 2º D del 2º bloque de pisos.
Justo en la puerta, cuando me voy a despedir, Celeste me invita a subir para que escuche un disco del que habíamos hablado antes. Sé que es tarde y que al día siguiente he de trabajar, pero subo sin pensarlo. El piso es pequeño, sólo tiene lo esencial, así que me lo enseña un poco y vamos al salón. Allí ponemos el disco a un volumen moderado, ya que su amiga estaba durmiendo.

Como era de esperar, entre unas cosas y otras, ya son casi las tres de la mañana y seguimos allí escuchando el disco y hablando un poco más, la había conocido esa tarde y ya casi lo sabíamos todo el uno del otro. Le digo que me tengo que ir pero ella insiste en que escuchemos de nuevo la última canción. Acepto. En realidad es lo que más deseo en ese momento. La canción acaba y nos miramos, hay que decir adiós.
Me acompaña hasta la escalera y allí se despide de mí, no sin antes asegurarme que nos volveríamos a ver, eso esperaba, tenía toda mi esperanza en ello. Me da un beso en la mejilla, me dice “hasta pronto”, me guiña un ojo y bajo por la escalera. Cuando llego al final me giro y allí continua Celeste, con la luz a su espalda me parece un espejismo y los peldaños me parecen una escalera hacia el paraíso, sonrío e intento retomar mi camino, pero su voz me llama y hace que lo pare (mi camino). Escucho sus pasos escalera abajo y me giro de nuevo hacia ella que está ya justo detrás de mí y me sorprende con un beso, pero no tan casto como el de antes. Todo a nuestro alrededor se para, escucho a tres pequeños pájaros cantar en mi cabeza, en algún lugar ahí fuera el tiempo se detiene para contemplarnos, todo es como un sueño.

Cuando este sueño termina, el mundo vuelve a girar, pero los pajarillos siguen cantando para mí. Lo último que veo antes de emprender definitivamente mi camino a casa son los ojos de Celeste clavarse en los míos rebosantes de ternura, su sonrisa inocente y su clara tez sonrojándose poco a poco tras retirarse de mis brazos. En ese momento aprendo a volar, aprendo a soñar, aprendo de nuevo a amar.