sábado, 16 de abril de 2016

Náufrago apático


 
Nutrida por agónicas farolas
la sombra del gentío parpadea,
el caucho y la humedad al aire ahogan.

Palabras de traje revolotean
por lo que mi visión no queda fija
va al noroeste e ignora las estrellas.

Se aglutinan las polillas
por supuesto en vano
pues en sus sueños se queman
y después nada queda.

Un billete para montar sin destino
el paisaje del atardecer vital
te ruego por favor,  llévame veloz
al yermo del otro lado de este mundo

Huesos de perro en campos de veraneo
montañas de cadáveres bajo epitafios
piso sobre ellos para dirigirme al mañana
entonando las notas rojas de la bronquitis.




La ciudad me ve y chasca su lengua
me encierro en mí mismo mientras ardo
soportando la sociabilidad
les escupo, mi confianza mengua
y después nada queda.

En el acto que separa
a los hombres de las bestias
pululan advenedizas
unas moscas plateadas.

El fluido hace un peregrinaje:
marcha hacia tierra sagrada.
Trata de no fallecer
en esas prontas nevadas.

Un hotel aparcado en la autopista,
un crepúsculo casto de abstinencia,
el alba inadecuado, el final del mundo
con la apariencia de un tartamudeo.
Lo trago y al toser rocío cortinas.
La vida arde de nuevo en esta vía.

Sentada atrás los años pasaron
grises para una planta marchita.
Al volcar en una intersección
indefensa sangre derramando,
sintió por fin vida crepitar.


El humo de mi cuerpo anuncia mi partida
y mi sangre marca mi ruta de salida
en este viaje, ¿por qué cuánto más me acerco
a mi destino siento que más me alejo?

La fricción de la vida y la muerte crea chispas
la vivacidad de un fin calcina mis entrañas.